Culinario
Sarrapia, cumache, lau-lau, ají, telita, cachapa, pelao, rayado, coporo, domplín, aguaíto, mazapán, dorado, sapoara, caribe... Palabras, productos, sabores, que de tan cotidianos, tan obvios, se van volviendo invisibles, entre el estruendo edulcorante de otras palabras, otros productos, otros sabores, anunciados con más pompa, más colores y brillantes luces. Enceguecedores destellos del mismo sol de todos los días reflejados en las cuentas de vidrio y los manchados espejos.
Pero el resultado es el mismo (nos tome un instante o 500 jodidos años), frente a la cuenta de vidrio, frente al espejo sucio, finalmente nos vemos el rostro, nos reconocemos y emprendemos la senda de la tarea pendiente.
Mi tarea pendiente hoy -lo se después de verme repetido en los espejos de la rebeldía consentida, la libertad pagada a plazos, las instituciones sagradas y civiles, los sabores igualados, los productos en masa y la palabra homogeneizante- es resistir compartiendo lo que por obvio fui dejando de repetir, hasta casi perder su sana costumbre: Sarrapia, cumache, lau-lau, ají, telita, cachapa, pelao, rayado, coporo, domplín, aguaíto, mazapán, dorado, sapoara, caribe... Palabras, productos, sabores que no necesitan ser rescatados (valga la aclaratoria) porque existen y gozan de excelente salud en las prácticas cotidianas de un pueblo más sabio (y paciente) que el más sabio de sus habitantes. Palabras, productos, sabores, que no necesitan nada de mí; soy yo quien necesita de ellos, para reconocerme, ya en el reflejo de cualquier espejo, ya en reflejo del agua limpia que va buscando su destino en el mar frente al cual nací.
Y así, río abajo y rumbo al norte, como en regresión de sonidos, aromas, estallidos de gustos añejos en mi lengua, se van multiplicando las palabras, los productos, los sabores: moriche, caña, chigüire, pan del año, jurel, guacuco, pargo, níspero, pomarrosa, cacao, lamparosa, pepitona, guarapo, chivo, cazón, corocoro, ponsigué... Voy por ellos.