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domingo, 24 de abril de 2011

De vez en cuando un poema...


Inventario genealógico

Los hijos de los dioses, los hijos de la calle,
los hijos del azar y los hijos del viento.
"Los hijos infinitos", "todos los hijos del mundo".
Los hijos de los gatos y los hijos de perra.
Los hijos del dolor, los hijos del amor,
el hijo de una duda y "la hija de la lágrima", “brillaba, era una perla”.
Los hijos tuyos y los hijos míos. "El hijo que jamás hemos tenido".
Los hijos del pasado, los hijos escarlata y los hijos índigo.
Ese mañana que es hijo de este hoy.
Los hijos inclementes, los hijos del tiempo, los hijos del alcohol,
los hijos de un duelo de amor que siempre termina y siempre vuelve a empezar.
Los hijos de la guerra, los hijos del miedo,
los hijos del rock n´roll y de los buenos boleros,
Los hijos de la noche, los hijos del hombre lobo, el hijo del Dr. Frankestein,
la hija de la luna, los hijos de un marinero y todos los hijos del coronel Buendía.
Los hijos que lo merecen todo, los hijos que nos duelen hasta el alma,
los hijos, hijos de nuestros huesos,
los hijos asesinos, los hijos celestiales, los hijos de la patria,
los hijos de las infinitas preguntas que aún están por hacerse,
tantos hijos.

lunes, 18 de abril de 2011

Sobre los meses de abriles (II)

Además de conmemorarse la resistencia antifascista y la dignidad nacional, la Batalla de San Félix, y con ella el renacer de la República, Abril tiene una significación extra para los bolivarianos y las bolivarianas de Guayana: Como consecuencia del golpe de Estado, un grupo de compatriotas, tras analizar el papel de los medios en la conjura, y entendiendo la importancia de la comunicación en las luchas por venir, empezó a plantearse la idea (el sueño, durante mucho tiempo) de una televisora alternativa y comunitaria, de alcance municipal, con carácter popular, rebelde y profundamente ética. El paro petrolero y la comiquita montada por la CTV y Fedecámaras, a finales de 2002 y principios de 2003, imprimieron carácter de urgencia a aquella necesidad y se constituyó la Fundación Churum Merú, dando inicio a la dura labor de parto, hace ocho años, de Calipso TV.
La historia de Calipso TV merece ser contada, pero no va  a ser aquí ni ahora. Esa es harina de otro costal, que amerita un reencuentro de las muchas voces y colectivos que han hecho posible este sueño. Por ahora, pretendo apenas tomar a Calipso TV como ventana y ejemplo, para ilustrar algunas de mis convicciones acerca de la Comunicación Popular.
Así que volvamos a abril de 2002. La primera lección que dejaron aquellas jornadas es que el imperio mediático es derrotable; la segunda, que derrotarlo siempre será difícil. En aquella ocasión nos costó vidas - y no hablo sólo de las caídas en el Centro de Caracas, hay una enorme deuda con la verdad todavía-, ingenio y una determinación a toda prueba. En tiempos de “Dictadura de la Imagen”, cada batalla contra el cartel mediático mundial y sus operadores en Venezuela será cada vez más dura y costosa. Esto se evidencia en el episodio que siguió a Abril, en nuestra lucha por el respeto a la voluntad popular: El paro petrolero y el paro obrero-patronal (aberración, producto de la relación incestuosa de sindicalistas y patrones), el “megaparo” que se les “fue de las manos” y que no ha sido levantado todavía.
La batalla librada en los medios fue cruenta; como en toda guerra, la verdad fue la primera víctima. El parte emitido a final de cada tarde, por Ortega (de la CTV) y los Fernández (el de PDVSA y el de Fedecámaras, el nulo y el más nulo), era un acto de prepotencia y de negación del país chavista que terminó por ser grotesco hasta para algunos opositores. Cuatro canales de TV nacionales se encadenaban el tiempo que fuera necesario, y a ellos se pegaban muchos canales privados regionales y cientos de radios en todo el país, para informar el avance de la paralización y destrucción de nuestra industria petrolera, el cierre de bancos, las empresas o grupos de trabajadores que se sumaban al paro (muchos obligados por las dificultades de transporte y la falta de gasolina, eso no lo dijeron nunca). Además, las amenazas y los insultos al presidente de la República, extensivos (por lógica y desprecio natural fascista) a todo chavista o simpatizante, alcanzaron un tono nunca antes visto en la historia de la comunicación social de nuestro país. Recordemos también el burdo montaje de la Plaza Francia (Altamira), con sus pronunciamientos militares a la carta, su reloj contando las horas del único tiempo que si pasó en vano, y el Caso Gouveia, con el que nuevamente se pretendió acusar a Chávez (y con él a “su banda de marginales”) de asesino. Contar esto a un extranjero, o a quien sea que no viva aquí desde hace mucho, siempre trae problemas de credibilidad.
Pero nuevamente salieron derrotados y nuevamente su derrota estuvo en la articulación de formas de comunicación fuera de los medios de comunicación de masas. El mensaje de texto, la radiobemba, la organización vecinal contra la guarimba, la articulación de grupos para la presión y reactivación de centros de distribución y llenado de combustibles, hasta la organización de la parrillita y el juego de dominó en las colas de 24 o más horas para comprar gasolina, dieron cuenta de que el medio había dejado de ser el mensaje y que existían canales más efectivos de comunicación e información para la superación de la crisis. Otra vez, a las putas sólo les quedó bañarse sin haber fichado. Las duras jornadas de finales de 2002 y principio de 2003, repetían el fenómeno del Abril rebelde, cuando el pueblo venezolano dijo a “sus” medios de comunicación “sencillamente, no me da la gana volver a ser invisible”. Mientras los medios planteaban una “realidad”, mediante la negación y falsificación de cuanto frente a ellos pasaba, el país real les explotaba en la cara, dejándolos (otra vez) en la más impúdica evidencia. La realidad mediática (otra vez) había sido superada.
Y he aquí uno de los grandes retos de la “guerra comunicacional” en la que estamos enfrascados: Superar la dimensión mediática de la comunicación política, de la comunicación social, entendida ésta ya no como la disciplina, la profesión, sino como el abarcante fenómeno por el que fluyen y se entrelazan los procesos sociales en nuestros días. Nótese que he dicho superar, no suprimir, acabar o eliminar la dimensión mediática de la comunicación, eso sí sería malgastarnos en quimeras. Pero creo que nuestros avances como ejército “irregular” (guerrilleros comunicacionales) en el teatro de operaciones de la guerra de cuarta generación, pasa por inutilizar a la artillería enemiga llevándola  a terrenos donde, por su forma y dimensión, resulte inútil, cuando no contraproducente. Se trata de sacar el debate (o al menos parte de él) de los medios y llevarlos a la plaza pública, al mercado de hortalizas, a la Asamblea de Ciudadanos, al concierto, al teatrillo de títeres, al salón de clases, a la mesa de agua o energía.
Los medios de comunicación son parte estructural de la sociedad urbana contemporánea, son parte de nuestro paisaje, por lo que negarlos tampoco es la salida. Pero desmontar la dictadura mediática pasa por romper con sus reglas. Mucho se ha hablado de la necesaria revisión de los códigos estéticos, éticos, políticos y sociales, eminentemente burgueses, en la producción de mensajes revolucionarios. Mucho hay por hacer al respecto todavía. Pero llegar al nudo con el que nos estrangula la porquería mediática pasa por reentender los propios aspectos constitutivos de la producción de mensajes, más allá del contenido. La duración de un plano, la cantidad de información que este aporta, el manejo de los puntos de atención en éste, son aspectos poco cuestionados por teóricos y productores revolucionarios. Al contrario, en la mayoría de ellos resultamos fieles aplicantes y reproductores de las “leyes” que nos son expuestas desde la tradición cinematográfica y televisiva de ustedes saben dónde.
La tarea es ardua y requiere la conjunción del esfuerzo de todos. Y es aquí donde cobra importancia la Comunicación Popular; “sólo el pueblo salva al pueblo”, sólo del pueblo vendrá el lenguaje audiovisual popular, el lenguaje periodístico popular, la estética popular de la radio alternativa y comunitaria. Las radios y televisoras populares, hechas por las comunidades, para las comunidades, en las comunidades, son el perfecto vaso comunicante de las muchas asambleas populares por realizarse, de los muchos pequeños eventos que conmemoran fechas significativas aunque no “nacionales”, como la caída del Guerrillero Américo Silva, sembrado en el Cementerio de Chirica, o el cumpleaños de Bernardino Ortega, patriarca del galerón guayanés, en su bonito barrio de Bella Vista. Los medios alternativos y comunitarios son los medios llamados a superar a los medios; a ser comunicadores de aquellos mensajes que se construyen, tienen lugar y se difunden, sin los “medios” como referente.
Las mejores unidades de combate comunicacional serán aquellas nucleadas en torno a medios verdaderamente populares, verdaderamente alternativos y verdaderamente comunitarios. Medios sin miedo no sólo de visibilizar lo que la comunicación de masas (estatal o privada) calla, sino además sin miedo de hacerlo en los términos que realmente se identifiquen con la comunidad que los hace y para la que están hechos. En este campo casi todo está por hacerse y, aunque duro, promete ser hermoso el camino de hacerlo.
Me ha resultado una gratísima sorpresa, toda una revelación, descubrir a un grupo de jóvenes haciéndose (en su lenguaje y a su manera) este tipo de cuestionamientos desde una televisora comunitaria a la que quiero y pertenezco (“cuando me fui, no me alejé…”) desde hace mucho. Mi reencuentro con Calipso Tv, me ha traído de regalo, aparte de nuevos panas, la conexión con ese otro mundo posible, que a veces se nos esconde detrás de tanta barbarie y desesperanza. Esta televisora nacida del espíritu de Abril, ha devuelto a mi espíritu la renovada y necesaria energía para no renunciar a la lucha. La comunicación revolucionaria es popular, libertaria, rebelde y profundamente ética. Me complace ver que Calipso TV, se afianza sobre esos 4 pilares. Están pasando cosas. Algo me dice que van a seguir pasando… Estamos pendientes.

jueves, 14 de abril de 2011

Sobre los meses de abriles (I)

Estas son palabras que me debía. Ya tienen días rondando claras en mi cabeza, y la gripe, el clima y otras cosas no permitían sentarme a tratar de ordenarlas en un texto. Se trata de hablar de abril, de lo que pasó en otros abriles, de lo que pasa este abril, de la cara que tienen los abriles por venir…
Abril tiene un sabor especial para los bolivarianos. Entre el 11 y 14 de abril de 2002 Venezuela vivió un proceso inédito en su historia: su primer golpe de Estado entera y puramente mediático, fueron medios – y periodistas - los que planificaron la escena (remember Víctor Manuel García contando, como una travesura, que el video con el pronunciamiento del General González González se grabó en casa de Napoleón Bravo o al Jefe de la Armada de entonces diciendo a todo gañote que su mejor arma fueron los medios de comunicación),  fueron medios – y periodistas – los que desencadenaron el proceso (Pronunciamientos pregrabados, edición “Extra” de El Nacional llamando a Miraflores) y fueron medios –y periodistas- los que, a falta de armas para defender las posiciones alcanzadas, silenciaron (hasta donde y cuando pudieron) el clamor popular por la vuelta de Chávez. Así es, los medios de comunicación de masas demostraron su poder; pero tan inédita como la parada que se jugaron los medios, fue la hazaña del pueblo venezolano. En un clima de confusión y revoltura insostenible, el pueblo salió a rodear los cuarteles y guarniciones más importantes del país a pedir una sola cosa: que regresara Chávez; que regresara la Constitución por la que votó, que regresara el líder en el que se ve reflejado y nadie puede invisibilizar. Para el 14, el presidente, legítimamente electo, estaba de vuelta, y las putas de los medios (con permiso de Sant Roz), como fieras apaleadas recogían sus rabos y se enroscaban en su rincón oscuro. Por supuesto, sin reconocer haber cometido la mínima falta (“primero muertas que bañadas en sangre”) y sin perder un minuto en empezar a planear la próxima conspiración: El paro petrolero.
He aquí que el silencio mediático se extiende hasta hoy. La oposición, con el proceso de elección presidencial tan cerca, nueve años después de aquellos hechos, con Carmona en Colombia y parte de su madriguera “exilada” en Perú; en vez de sincerarse, fijar una posición clara de desmarque y sacarse ese plomo de ala, prefiere insistir en la tesis de que Chávez renunció (como si ese fuera el problema, además) montando un ridículo de proporciones dantescas con un audio, presentado por William Ojeda, de una rueda de prensa del presidente, realizada el 15 de abril de 2002, como si se tratara de una conversación con el general Lucas Rincón, el propio 11A. Lo televisaron, lo tuitearon, lo rebotaron al exterior vía CNN, y al final: La misma miasma. Una raya más para un tigre que todavía puede morder, pero que ya no asusta, porque hemos aprendido a no cuidarnos del tigre, tanto como del amo que sostiene su correa. De resto, payasadas más, payasadas menos, no hubo 11, ni 12 y mucho menos 13 de abril para los mass media nacionales. Afortunadamente, si lo hubo para el río humano que desbordó las calles de Caracas, desde Plaza Venezuela hasta Miraflores, incluso bajo la lluvia, para celebrar el Día de la Dignidad Nacional. A las putas (Con perdón, Sant Roz, otra vez) no les quedó más que volver a contar autobuses y buscar las carteritas de ron y el bollo de pan con el que Miguel Henrique Otero juró que les pagaban a los chavistas que iban a marchar a Caracas.
Pero, además, el 11 de abril es feriado en mi ciudad por razones históricas, ya que 194 abriles atrás, el general Manuel Piar, aseguraría el control de Guayana (y las ricas Misiones capuchinas del Caroní) para la causa patriota, con su victoria sobre las fuerzas del brigadier La Torre, en la Batalla de San Félix. No quiero centrarme en la fecha sino en su significación. Para entender su importancia se debe saber que la nuestra fue la más larga y sangrienta de las guerras de independencia de Suramérica. Para 1817 (año de la batalla) ya habían pasado 4 años del decreto de Guerra a Muerte (y faltaban aún 4 años para la batalla de Carabobo), y hacía casi 3 que Boves había muerto en batalla, no sin antes incendiar, diezmar y arrasar las zonas productivas de los llanos y el centro-occidente del país. Así que Guayana, con sus ricas y bien organizadas Misiones, resultaban para la fecha una de las pocas regiones del país intactas de la devastación de la guerra, con la ventaja adicional de su fácil comunicación con el Atlántico, vía Río Orinoco. Fue aquí, y no en otra parte, donde Bolívar apertrechó a su ejército para cruzar los Andes, por el Páramo de Pisba, y ganar en Pantano de Vargas y después en Boyacá. Fue aquí, y no en otra parte, donde Bolívar pudo dar forma al sueño de la mayor confederación de Repúblicas que la historia haya conocido. A estas tierras llegó un hombre cocido en las derrotas de los años 12 y 14, forjado en las vicisitudes del exilio pobre, después de la rica cuna. De estas tierras salió el más grande estadista que ha conocido América, y su vuelo llevaría a nuestro pueblo, de lanceros descalzos, de húsares y granaderos pardos, de mujeres que parían a un lado del camino y seguían adelante con la patria pegada al seno, a ganar la gloria, a costa de lo que fuera, en las más brutales alturas de los Andes Peruanos y Bolivianos. De allí la importancia de la fecha, he allí el contexto de nuestro “Feriado Municipal”.
Ahora bien, volviendo a Piar (para no hablar de la falta de imaginación y creatividad en nuestros actos oficiales), no se cual es el empeño en llamar al vencedor de Chirica Manuel Carlos Piar. En su partida de Bautismo, sellada en Curazao, no dice “Carlos”, por ninguna parte. En cartas a Bolívar, escritas después del fusilamiento del guerrero (esa es otra historia y amerita otras páginas), su madre y su compañera se refieren a él como Manuel María, pues según se entiende del acta de bautismo (equivalente a la partida de nacimiento para la época) ese era su nombre: Manuel María Francisco Piar, Hijo de Fernando Piar Lottyn y María Isabel Gómez. Lo de “Carlos”, surgió tras los rumores que corrieron, diciendo que era hijo ilegítimo de un príncipe portugués, concebido con una mantuana caraqueña, en su paso por Venezuela hacia Brasil. Los enemigos políticos de Piar hicieron rodar esta bola, antes y durante su juicio, para argumentar el otro rumor de que se reunía en secreto con portugueses y holandeses para entregarles Guayana y convertirse en una especie de virrey de la región. Pero en la propia defensa del teniente coronel Galindo (que consta en acta y puede leerse hoy), se desmienten estas especies.
La novelería, los complejos, la desmemoria inducida han colaborado con el rumor, pretendiendo alejar a Piar de su condición de excluido, por ser hijo de mulata y de isleño, por ser pardo, hombre de pueblo, obviando el problema de fondo que se evidenciaba en la división del liderazgo patriota. Y de estos rumores –tan escuálidos y fachas como los que hacen rodar hoy- nos hacemos eco, a veces sin saber y otras veces sabiendo, cuando llamamos al aeropuerto de Ciudad Guayana Manuel “Carlos” Piar; así como a la central hidroeléctrica de Tocoma, a una calle del centro, a la plaza con su busto, y así por el estilo. Al respecto, ya se han pronunciado el cronista de Ciudad Bolívar, Américo Fernández, el director del Museo Histórico de Guayana, Oswaldo de Sola, y el ex-cronista de Ciudad Guayana, Leopoldo Villalobos, sin que por ello las autoridades (Gobernador y Alcalde) hagan algo por cambiar este “pequeño” – pero significativo - error. No se trata de cambiarle el nombre a las cosas, de hecho bastaría con llamarlas Manuel Piar, a secas. Como Simón Bolívar se llama la Central de Guri, Simón Bolívar el Aeropuerto de Maiquetía y Simón Bolívar la Universidad de Sartenejas; no Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Blanco, como consta en Fe de bautismo.
Bolívar tomó una difícil decisión en octubre de 1817, desde entonces parte de nuestra identidad histórica (sobre todo en Guayana) está marcada por el sino de lo injusto, de lo doloroso, de lo incierto. Conciliar en la memoria la obra y el tamaño de estos dos grandes hombres (Bolívar y Piar), empieza por rescatar cuanto hay de verdadero en su legado y deshacernos de lo falso. Abril de 2002 evidenció la hendidura social y política de nuestro país, que ya asomaba su tamaño en febrero de 1989. Reducirla pasa por tender puentes de reconocimiento mutuo, y esos puentes empiezan por el respeto y la memoria. El silencio, el olvido pretendido, la omisión, sólo agravarán nuestras diferencias.