Orgullo e Identidad
Soy de los que creen que esa
versión contemporánea del “opio de los pueblos” llamado deporte profesional,
sería culturalmente más significativo, más honesto y más divertido, si se le
restara la danza de los millones que le sirve de fondo musical y marco
televisivo. Pero tranquilos, no voy a llamar idiota a nadie, ni a putear a
fanaticada alguna, ni a cagarme en el alma de ningún “pastelero”…
Todo lo contrario, les cuento que
soy de los que se emocionan a más no poder con cada gol de la Vinotinto y si ciertos
árbitros me conocieran y supieran lo que digo de sus madres y hermanas, mínimo
me caerían a trompadas. Me gocé cada out del “no hit no run” del “Gocho”, con
redoblado orgullo venezolano y magallanero. No me he perdido una carrera de Pastor
está temporada (en vivo, incluidas las madrugadoras) y mi hijo de dos años
grita “¡Vamos, Pastor!” cuando juega con sus carritos. Así que dejo claro que
en casa somos harto consumidores del deporte de masas; por lo que estas líneas
no tienen ánimo de reproche o masturbación intelectual.
Más bien quiero compartir algunas
reflexiones con las que casi me he tropezado cuando empecé a hurgar en las
emociones que sentí tras ese extraordinario fin de semana para el deporte
venezolano; en el que nuestro mejor pitcher dejó clara su calidad, haciendo
historia para su franquicia en las Grandes Ligas, nuestra selección de fútbol
empató con solidez y prestancia como visitante en Uruguay y nuestra selección
de voleibol de arena se clasificó para los Juegos Olímpicos.
Lo primero que me golpeó el
pensamiento fue cuan parecidos y cuan diferentes son el Orgullo y la Identidad que se dan a
partir de estos triunfos. El orgullo es la emoción pura, es circunstancial y
tiene que ver con el momento. En ella se mezclan la alegría, la euforia, el
amor patrio, la satisfacción y cada quien la experimenta de modo distinto y con
diferente intensidad, pero tienen el mismo origen y el mismo fin: el o la
atleta, en el momento del triunfo y todos sentimos que triunfamos un poco con
él o ella, o que ese triunfo es también un poquito para nosotros.
Otra cosa es la Identidad , entendiéndola
como ese proceso de identificación con el logro (el nohiter, el Gran Premio, la victoria, la medalla) y con el ganador
o la ganadora. Es un proceso más prolongado, tiende a permanecer en el tiempo y
responde a algo más que a las emociones. En ella tiene que ver lo que
reconocemos (más o menos objetivamente) en común con nuestra gloria deportiva.
Primero está la identidad nacional, “es venezolano como yo”, luego estarán las
coincidencias de clase, la región natal, la disciplina deportiva, y la actitud
con la cual se expresan sobre el país, su gente y su realidad, antes durante y
pasado el tiempo después del éxito deportivo, cualquiera que éste sea. Este
proceso de identificación, asimilación y casi apropiación del triunfo y del ídolo
es lo que permite que, más allá de la emoción, el logro y su protagonista se
incorporen a nuestra memoria colectiva y forme parte de lo que nos identifica
como pueblo, “la Tierra
de…”, “el pueblo de…”, un elemento más de “lo afirmativo venezolano”, en
palabras de Augusto Mijares.
Quiero poner el foco un momento
en el último aspecto que asocié a la Identidad : la actitud con la cual se expresan
sobre el país, su gente y su realidad. Un gran atleta es el resultado, antes
que nada, de su esfuerzo individual. Eso está claro. Así el no hit no run de
Johan Santana habla, primeramente, de su calidad como lanzador, de su condición
física debido a su preparación y su constancia. El triunfo de Pastor se debe,
antes que nada, a su capacidad y talento como piloto. Luego están factores como
la inversión, el acompañamiento, la colaboración del equipo, el grupo de
trabajo, las políticas de Estado y gobierno con respecto a los atletas, que
tendrán su peso específico en determinados logros y hazañas. Pero un ídolo, una
gloria deportiva, no es sólo resultado de la aptitud y atributos individuales.
Esa condición se alcanza sólo a través del amor del pueblo (la fanaticada de la
ciudad, sus compatriotas o los vecinos del pueblo donde creció) para con él o
ella. El ídolo se hace en el amor de la gente, y es a ese amor la que se debe y
con el que se establece un inevitable compromiso (que cada atleta podrá asumir
luego de la mejor o peor manera). Y es aquí donde cobra importancia la actitud
del atleta hacia el país, su realidad y su gente, y más importante aún: antes,
durante y después de la victoria.
Orgullo e Identidad, a partir de
los éxitos deportivos de nuestros atletas a escala mundial no siempre fueron de
la mano. A veces, a penas superaron el efímero momento de la victoria, la
heroica recepción multitudinaria, la imposición del reconocimiento oficial. En
cambio, hoy los logros, hazañas y triunfos deportivos parecen hablar realmente
de lo que somos capaces; se acumulan junto a otros logros, en una cantidad y
calidad que el país (al menos desde que tengo memoria) no pudo disfrutar antes.
Y sin pasar a revisar cifras de inversión en las áreas de Deportes, Educaión y
Cultura (no me corresponde a mí hacerlo), nadie puede negar que algo pasa hoy
que no pasaba antes, que nos permite no salir de un momento de orgullo para
entrar en otro. Desconocerlo o negarlo sería mezquino y (para algunos)
políticamente estúpido.
¿Cuántos campeones mundiales de
boxeo no terminaron rayando en la indigencia? ¿Cuántos luchadores, forjadores y
artífices de la organización deportiva en disciplinas no profesionales murieron
en el más ignominioso olvido? ¿Cuántas glorias de nuestro béisbol han terminado
pidiendo la nacionalidad gringa por un asunto de impuestos? ¿Cuántas de esas
glorias colabora realmente con la siembra de nuestro deporte acá? ¿Cuántas
veces no hemos visto a ciertas “glorias” cagarse en nuestro (su) país, diciendo
que “ninguno de ellos (nosotros) le pone un plato de comida a mis hijos sobre
la mesa”? ¿Quién no sintió vergüenza o asco ante el otrora fanfarrón de Guillén
haciendo y diciendo lo que fuera para que no le quitarán su empleo?”. ¿Ven,
cómo orgullo e identidad, en el deporte, no siempre van de la mano?
Vivimos en un país polarizado, es
verdad, y cada gloria o superestrella deportiva sabrá como cultiva o desecha el
amor que el pueblo venezolano le tiene. Pero su compromiso HOY con el tremendo
momento que vive el deporte venezolano lo habrá de juzgar la Historia , y no al calor
de las emociones tras su triunfo, si no a la luz de los logros y laureles que habrán
de seguir a los suyos.