Estas son palabras que me debía. Ya tienen días rondando claras en mi cabeza, y la gripe, el clima y otras cosas no permitían sentarme a tratar de ordenarlas en un texto. Se trata de hablar de abril, de lo que pasó en otros abriles, de lo que pasa este abril, de la cara que tienen los abriles por venir…
Abril tiene un sabor especial para los bolivarianos. Entre el 11 y 14 de abril de 2002 Venezuela vivió un proceso inédito en su historia: su primer golpe de Estado entera y puramente mediático, fueron medios – y periodistas - los que planificaron la escena (remember Víctor Manuel García contando, como una travesura, que el video con el pronunciamiento del General González González se grabó en casa de Napoleón Bravo o al Jefe de la Armada de entonces diciendo a todo gañote que su mejor arma fueron los medios de comunicación), fueron medios – y periodistas – los que desencadenaron el proceso (Pronunciamientos pregrabados, edición “Extra” de El Nacional llamando a Miraflores) y fueron medios –y periodistas- los que, a falta de armas para defender las posiciones alcanzadas, silenciaron (hasta donde y cuando pudieron) el clamor popular por la vuelta de Chávez. Así es, los medios de comunicación de masas demostraron su poder; pero tan inédita como la parada que se jugaron los medios, fue la hazaña del pueblo venezolano. En un clima de confusión y revoltura insostenible, el pueblo salió a rodear los cuarteles y guarniciones más importantes del país a pedir una sola cosa: que regresara Chávez; que regresara la Constitución por la que votó, que regresara el líder en el que se ve reflejado y nadie puede invisibilizar. Para el 14, el presidente, legítimamente electo, estaba de vuelta, y las putas de los medios (con permiso de Sant Roz), como fieras apaleadas recogían sus rabos y se enroscaban en su rincón oscuro. Por supuesto, sin reconocer haber cometido la mínima falta (“primero muertas que bañadas en sangre”) y sin perder un minuto en empezar a planear la próxima conspiración: El paro petrolero.
He aquí que el silencio mediático se extiende hasta hoy. La oposición, con el proceso de elección presidencial tan cerca, nueve años después de aquellos hechos, con Carmona en Colombia y parte de su madriguera “exilada” en Perú; en vez de sincerarse, fijar una posición clara de desmarque y sacarse ese plomo de ala, prefiere insistir en la tesis de que Chávez renunció (como si ese fuera el problema, además) montando un ridículo de proporciones dantescas con un audio, presentado por William Ojeda, de una rueda de prensa del presidente, realizada el 15 de abril de 2002, como si se tratara de una conversación con el general Lucas Rincón, el propio 11A. Lo televisaron, lo tuitearon, lo rebotaron al exterior vía CNN, y al final: La misma miasma. Una raya más para un tigre que todavía puede morder, pero que ya no asusta, porque hemos aprendido a no cuidarnos del tigre, tanto como del amo que sostiene su correa. De resto, payasadas más, payasadas menos, no hubo 11, ni 12 y mucho menos 13 de abril para los mass media nacionales. Afortunadamente, si lo hubo para el río humano que desbordó las calles de Caracas, desde Plaza Venezuela hasta Miraflores, incluso bajo la lluvia, para celebrar el Día de la Dignidad Nacional. A las putas (Con perdón, Sant Roz, otra vez) no les quedó más que volver a contar autobuses y buscar las carteritas de ron y el bollo de pan con el que Miguel Henrique Otero juró que les pagaban a los chavistas que iban a marchar a Caracas.
Pero, además, el 11 de abril es feriado en mi ciudad por razones históricas, ya que 194 abriles atrás, el general Manuel Piar, aseguraría el control de Guayana (y las ricas Misiones capuchinas del Caroní) para la causa patriota, con su victoria sobre las fuerzas del brigadier La Torre, en la Batalla de San Félix. No quiero centrarme en la fecha sino en su significación. Para entender su importancia se debe saber que la nuestra fue la más larga y sangrienta de las guerras de independencia de Suramérica. Para 1817 (año de la batalla) ya habían pasado 4 años del decreto de Guerra a Muerte (y faltaban aún 4 años para la batalla de Carabobo), y hacía casi 3 que Boves había muerto en batalla, no sin antes incendiar, diezmar y arrasar las zonas productivas de los llanos y el centro-occidente del país. Así que Guayana, con sus ricas y bien organizadas Misiones, resultaban para la fecha una de las pocas regiones del país intactas de la devastación de la guerra, con la ventaja adicional de su fácil comunicación con el Atlántico, vía Río Orinoco. Fue aquí, y no en otra parte, donde Bolívar apertrechó a su ejército para cruzar los Andes, por el Páramo de Pisba, y ganar en Pantano de Vargas y después en Boyacá. Fue aquí, y no en otra parte, donde Bolívar pudo dar forma al sueño de la mayor confederación de Repúblicas que la historia haya conocido. A estas tierras llegó un hombre cocido en las derrotas de los años 12 y 14, forjado en las vicisitudes del exilio pobre, después de la rica cuna. De estas tierras salió el más grande estadista que ha conocido América, y su vuelo llevaría a nuestro pueblo, de lanceros descalzos, de húsares y granaderos pardos, de mujeres que parían a un lado del camino y seguían adelante con la patria pegada al seno, a ganar la gloria, a costa de lo que fuera, en las más brutales alturas de los Andes Peruanos y Bolivianos. De allí la importancia de la fecha, he allí el contexto de nuestro “Feriado Municipal”.
Ahora bien, volviendo a Piar (para no hablar de la falta de imaginación y creatividad en nuestros actos oficiales), no se cual es el empeño en llamar al vencedor de Chirica Manuel Carlos Piar. En su partida de Bautismo, sellada en Curazao, no dice “Carlos”, por ninguna parte. En cartas a Bolívar, escritas después del fusilamiento del guerrero (esa es otra historia y amerita otras páginas), su madre y su compañera se refieren a él como Manuel María, pues según se entiende del acta de bautismo (equivalente a la partida de nacimiento para la época) ese era su nombre: Manuel María Francisco Piar, Hijo de Fernando Piar Lottyn y María Isabel Gómez. Lo de “Carlos”, surgió tras los rumores que corrieron, diciendo que era hijo ilegítimo de un príncipe portugués, concebido con una mantuana caraqueña, en su paso por Venezuela hacia Brasil. Los enemigos políticos de Piar hicieron rodar esta bola, antes y durante su juicio, para argumentar el otro rumor de que se reunía en secreto con portugueses y holandeses para entregarles Guayana y convertirse en una especie de virrey de la región. Pero en la propia defensa del teniente coronel Galindo (que consta en acta y puede leerse hoy), se desmienten estas especies.
La novelería, los complejos, la desmemoria inducida han colaborado con el rumor, pretendiendo alejar a Piar de su condición de excluido, por ser hijo de mulata y de isleño, por ser pardo, hombre de pueblo, obviando el problema de fondo que se evidenciaba en la división del liderazgo patriota. Y de estos rumores –tan escuálidos y fachas como los que hacen rodar hoy- nos hacemos eco, a veces sin saber y otras veces sabiendo, cuando llamamos al aeropuerto de Ciudad Guayana Manuel “Carlos” Piar; así como a la central hidroeléctrica de Tocoma, a una calle del centro, a la plaza con su busto, y así por el estilo. Al respecto, ya se han pronunciado el cronista de Ciudad Bolívar, Américo Fernández, el director del Museo Histórico de Guayana, Oswaldo de Sola, y el ex-cronista de Ciudad Guayana, Leopoldo Villalobos, sin que por ello las autoridades (Gobernador y Alcalde) hagan algo por cambiar este “pequeño” – pero significativo - error. No se trata de cambiarle el nombre a las cosas, de hecho bastaría con llamarlas Manuel Piar, a secas. Como Simón Bolívar se llama la Central de Guri, Simón Bolívar el Aeropuerto de Maiquetía y Simón Bolívar la Universidad de Sartenejas; no Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Blanco, como consta en Fe de bautismo.
Bolívar tomó una difícil decisión en octubre de 1817, desde entonces parte de nuestra identidad histórica (sobre todo en Guayana) está marcada por el sino de lo injusto, de lo doloroso, de lo incierto. Conciliar en la memoria la obra y el tamaño de estos dos grandes hombres (Bolívar y Piar), empieza por rescatar cuanto hay de verdadero en su legado y deshacernos de lo falso. Abril de 2002 evidenció la hendidura social y política de nuestro país, que ya asomaba su tamaño en febrero de 1989. Reducirla pasa por tender puentes de reconocimiento mutuo, y esos puentes empiezan por el respeto y la memoria. El silencio, el olvido pretendido, la omisión, sólo agravarán nuestras diferencias.
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