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lunes, 18 de abril de 2011

Sobre los meses de abriles (II)

Además de conmemorarse la resistencia antifascista y la dignidad nacional, la Batalla de San Félix, y con ella el renacer de la República, Abril tiene una significación extra para los bolivarianos y las bolivarianas de Guayana: Como consecuencia del golpe de Estado, un grupo de compatriotas, tras analizar el papel de los medios en la conjura, y entendiendo la importancia de la comunicación en las luchas por venir, empezó a plantearse la idea (el sueño, durante mucho tiempo) de una televisora alternativa y comunitaria, de alcance municipal, con carácter popular, rebelde y profundamente ética. El paro petrolero y la comiquita montada por la CTV y Fedecámaras, a finales de 2002 y principios de 2003, imprimieron carácter de urgencia a aquella necesidad y se constituyó la Fundación Churum Merú, dando inicio a la dura labor de parto, hace ocho años, de Calipso TV.
La historia de Calipso TV merece ser contada, pero no va  a ser aquí ni ahora. Esa es harina de otro costal, que amerita un reencuentro de las muchas voces y colectivos que han hecho posible este sueño. Por ahora, pretendo apenas tomar a Calipso TV como ventana y ejemplo, para ilustrar algunas de mis convicciones acerca de la Comunicación Popular.
Así que volvamos a abril de 2002. La primera lección que dejaron aquellas jornadas es que el imperio mediático es derrotable; la segunda, que derrotarlo siempre será difícil. En aquella ocasión nos costó vidas - y no hablo sólo de las caídas en el Centro de Caracas, hay una enorme deuda con la verdad todavía-, ingenio y una determinación a toda prueba. En tiempos de “Dictadura de la Imagen”, cada batalla contra el cartel mediático mundial y sus operadores en Venezuela será cada vez más dura y costosa. Esto se evidencia en el episodio que siguió a Abril, en nuestra lucha por el respeto a la voluntad popular: El paro petrolero y el paro obrero-patronal (aberración, producto de la relación incestuosa de sindicalistas y patrones), el “megaparo” que se les “fue de las manos” y que no ha sido levantado todavía.
La batalla librada en los medios fue cruenta; como en toda guerra, la verdad fue la primera víctima. El parte emitido a final de cada tarde, por Ortega (de la CTV) y los Fernández (el de PDVSA y el de Fedecámaras, el nulo y el más nulo), era un acto de prepotencia y de negación del país chavista que terminó por ser grotesco hasta para algunos opositores. Cuatro canales de TV nacionales se encadenaban el tiempo que fuera necesario, y a ellos se pegaban muchos canales privados regionales y cientos de radios en todo el país, para informar el avance de la paralización y destrucción de nuestra industria petrolera, el cierre de bancos, las empresas o grupos de trabajadores que se sumaban al paro (muchos obligados por las dificultades de transporte y la falta de gasolina, eso no lo dijeron nunca). Además, las amenazas y los insultos al presidente de la República, extensivos (por lógica y desprecio natural fascista) a todo chavista o simpatizante, alcanzaron un tono nunca antes visto en la historia de la comunicación social de nuestro país. Recordemos también el burdo montaje de la Plaza Francia (Altamira), con sus pronunciamientos militares a la carta, su reloj contando las horas del único tiempo que si pasó en vano, y el Caso Gouveia, con el que nuevamente se pretendió acusar a Chávez (y con él a “su banda de marginales”) de asesino. Contar esto a un extranjero, o a quien sea que no viva aquí desde hace mucho, siempre trae problemas de credibilidad.
Pero nuevamente salieron derrotados y nuevamente su derrota estuvo en la articulación de formas de comunicación fuera de los medios de comunicación de masas. El mensaje de texto, la radiobemba, la organización vecinal contra la guarimba, la articulación de grupos para la presión y reactivación de centros de distribución y llenado de combustibles, hasta la organización de la parrillita y el juego de dominó en las colas de 24 o más horas para comprar gasolina, dieron cuenta de que el medio había dejado de ser el mensaje y que existían canales más efectivos de comunicación e información para la superación de la crisis. Otra vez, a las putas sólo les quedó bañarse sin haber fichado. Las duras jornadas de finales de 2002 y principio de 2003, repetían el fenómeno del Abril rebelde, cuando el pueblo venezolano dijo a “sus” medios de comunicación “sencillamente, no me da la gana volver a ser invisible”. Mientras los medios planteaban una “realidad”, mediante la negación y falsificación de cuanto frente a ellos pasaba, el país real les explotaba en la cara, dejándolos (otra vez) en la más impúdica evidencia. La realidad mediática (otra vez) había sido superada.
Y he aquí uno de los grandes retos de la “guerra comunicacional” en la que estamos enfrascados: Superar la dimensión mediática de la comunicación política, de la comunicación social, entendida ésta ya no como la disciplina, la profesión, sino como el abarcante fenómeno por el que fluyen y se entrelazan los procesos sociales en nuestros días. Nótese que he dicho superar, no suprimir, acabar o eliminar la dimensión mediática de la comunicación, eso sí sería malgastarnos en quimeras. Pero creo que nuestros avances como ejército “irregular” (guerrilleros comunicacionales) en el teatro de operaciones de la guerra de cuarta generación, pasa por inutilizar a la artillería enemiga llevándola  a terrenos donde, por su forma y dimensión, resulte inútil, cuando no contraproducente. Se trata de sacar el debate (o al menos parte de él) de los medios y llevarlos a la plaza pública, al mercado de hortalizas, a la Asamblea de Ciudadanos, al concierto, al teatrillo de títeres, al salón de clases, a la mesa de agua o energía.
Los medios de comunicación son parte estructural de la sociedad urbana contemporánea, son parte de nuestro paisaje, por lo que negarlos tampoco es la salida. Pero desmontar la dictadura mediática pasa por romper con sus reglas. Mucho se ha hablado de la necesaria revisión de los códigos estéticos, éticos, políticos y sociales, eminentemente burgueses, en la producción de mensajes revolucionarios. Mucho hay por hacer al respecto todavía. Pero llegar al nudo con el que nos estrangula la porquería mediática pasa por reentender los propios aspectos constitutivos de la producción de mensajes, más allá del contenido. La duración de un plano, la cantidad de información que este aporta, el manejo de los puntos de atención en éste, son aspectos poco cuestionados por teóricos y productores revolucionarios. Al contrario, en la mayoría de ellos resultamos fieles aplicantes y reproductores de las “leyes” que nos son expuestas desde la tradición cinematográfica y televisiva de ustedes saben dónde.
La tarea es ardua y requiere la conjunción del esfuerzo de todos. Y es aquí donde cobra importancia la Comunicación Popular; “sólo el pueblo salva al pueblo”, sólo del pueblo vendrá el lenguaje audiovisual popular, el lenguaje periodístico popular, la estética popular de la radio alternativa y comunitaria. Las radios y televisoras populares, hechas por las comunidades, para las comunidades, en las comunidades, son el perfecto vaso comunicante de las muchas asambleas populares por realizarse, de los muchos pequeños eventos que conmemoran fechas significativas aunque no “nacionales”, como la caída del Guerrillero Américo Silva, sembrado en el Cementerio de Chirica, o el cumpleaños de Bernardino Ortega, patriarca del galerón guayanés, en su bonito barrio de Bella Vista. Los medios alternativos y comunitarios son los medios llamados a superar a los medios; a ser comunicadores de aquellos mensajes que se construyen, tienen lugar y se difunden, sin los “medios” como referente.
Las mejores unidades de combate comunicacional serán aquellas nucleadas en torno a medios verdaderamente populares, verdaderamente alternativos y verdaderamente comunitarios. Medios sin miedo no sólo de visibilizar lo que la comunicación de masas (estatal o privada) calla, sino además sin miedo de hacerlo en los términos que realmente se identifiquen con la comunidad que los hace y para la que están hechos. En este campo casi todo está por hacerse y, aunque duro, promete ser hermoso el camino de hacerlo.
Me ha resultado una gratísima sorpresa, toda una revelación, descubrir a un grupo de jóvenes haciéndose (en su lenguaje y a su manera) este tipo de cuestionamientos desde una televisora comunitaria a la que quiero y pertenezco (“cuando me fui, no me alejé…”) desde hace mucho. Mi reencuentro con Calipso Tv, me ha traído de regalo, aparte de nuevos panas, la conexión con ese otro mundo posible, que a veces se nos esconde detrás de tanta barbarie y desesperanza. Esta televisora nacida del espíritu de Abril, ha devuelto a mi espíritu la renovada y necesaria energía para no renunciar a la lucha. La comunicación revolucionaria es popular, libertaria, rebelde y profundamente ética. Me complace ver que Calipso TV, se afianza sobre esos 4 pilares. Están pasando cosas. Algo me dice que van a seguir pasando… Estamos pendientes.

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