Hablemos con propiedad de la propiedad (Parte I)
Un infierno llamado Banco de Venezuela
“Abandonad toda
esperanza.
¡Oh, vosotros los que
entráis aquí!...”
Dante Alighieri
¿En qué idioma gestión pública es
sinónimo de ineficiencia? ¿Cuál es el código oculto por el cual propiedad
estatal significa “sin dueño” o - peor aún - “de nadie”? ¿En cuál manual de
procedimiento (o de “buenas costumbres”) la función pública requiere de altas
dosis de indolencia?... No me salga nadie con lo del “país de los chaburros” o
“esa vaina es culpechiabe” porque, como se verá más adelante, varios de los
casos que incitan a las preguntas que acabo de hacer tienen por protagonistas a
opositores a toda prueba. Algo que he podido comprobar en los últimos años – y
corroborar en carne viva los últimos meses – es que el burocratismo no tiene
color político. Lo que quiero, a partir del calvario que acabo de vivir, es
pensar un poco en los problemas de fondo con los que se topa nuestra revolución
al nacionalizar ciertas empresas. Empecemos por la historia…
Al parecer, mi primer error fue
pretender abrir una cuenta en el Banco de Venezuela sin mayores problemas. La Fundación Infocentro ,
a la que me llamó una gran amiga para hacer equipo en el estado Bolívar, me
solicitó que abriera una cuenta nómina en dicho banco, para lo cual me entregó,
tras la firma de mi contrato, una carta dirigida a este banco recuperado para
todos los venezolanos, según nos cuenta el presidente. Con ese documento, me explicaron
las almas nobles de Infocentro, y el resto de los requisitos para abrir la
cuenta (referencias personales, bancarias, copia de la cédula y un recibo de
luz, teléfono o agua, esto último no es jodiendo) no tendría problemas para
abrir la cuenta.
El calvario empezó la primera
semana de mayo. Los primeros intentos fueron frustrados por razones realmente
increíbles, si se da por cierto que estamos hablando del primer y más grande
banco del país: NO HABÍA IMPRESORA. Sí, así mismo; en la oficina principal del
Banco de Venezuela de Puerto Ordaz, no había impresora y “por lo tanto no
estamos abriendo cuentas”. Después de reírme a gusto me dirigí a la oficina del
CC Babilonia, por recomendación de la señorita que me atendió en la principal.
Y adivinen… TAMPOCO HABÍA IMPRESORA. Lógicamente, lo que antes me dio risa,
empieza a producirme suspicacia. Tú sabes, por esa paranoia ante el saboteo y
los “matavotos” (en palabras de Luis Britto) que dice la gente pensante,
opositora y de bien, que padecemos los chabestias de este país. Entonces decidí
preguntar a la GERENTE
de la oficina de Babilonia: “O.K, si no hay impresora, ¿qué estás haciendo tú
para que sí haya?”. Su respuesta fue tan precisa como lapidaria: “Eso no me
corresponde a mí, Señor”. La siguiente pregunta se caía por su peso: “entonces,
¿a quién le corresponde?”. Su respuesta, de antología: “Bueno, siga votando por
Chávez”.
Las semanas siguientes los
intentos fallidos se repartieron entre varias causas: “SÓLO ABRIMOS CUENTAS DE
LUNES A MIÉRCOLES”, no es jodiendo. “YA LOS NÚMEROS PARA APERTURA DE CUENTA SE
ENTREGARON, VÉNGASE MAÑANA, ANTES DE LAS SIETE SI ES POSIBLE”, repito, no es
jodiendo. Y el mejor, cuando por fin me atendieron, recibieron mis papeles y
todo parecía que iba terminar: “SEÑOR,
SU NOMBRE APARECE MALO EN EL SISTEMA”. ¿Cuál sistema? Pregunté, con un suspiro
de agotamiento. “El sistema”, respondió el empleado con una seguridad que sólo
dan los años de una burocracia bien asumida. Le mostré mis tarjetas de otros
bancos, mi chequera y mis referencias bancarias en las que mi nombre aparece
sin ningún error. Y me dijo que él no podía hacer nada. Fue la primera vez que
los mandé a la mierda…
Había decidido renunciar a
Infocentro, pero la paciencia y la voz de mi amiga-jefa me hicieron repensar la
decisión: “No es posible que la burocracia nos derrote con una sola batalla…
que esas son las cosas que tenemos que cambiar con nuestro empeño… que el
trabajo que tenemos por delante es muy bonito y no podemos dejar de hacerlo
(eso es verdad, gracias por la oportunidad), etc., etc., etc.…”
Así que seguí intentando, y entre
las ocupaciones de mi trabajo (viajes, reuniones y talleres) se completó el mes
de junio (dos meses exactos del primer intento) con otro par de intentos
fallidos. Para estas alturas visitar una oficina del Banco de Venezuela, al menos
una vez a la semana, se había convertido en parte de mi rutina laboral.
Pero el 6 de julio, un día
después de celebrar los 201 años de la firma del acta que dice que nos
liberamos de los españoles a quienes les compramos el banco hace poco, tuvo
lugar la cumbre de todos mis padecimientos, emociones y confusiones en este
infierno que superó con creces la morbosa imaginación de Dante. La chica que me
atendió esta vez (toda una excepción de amabilidad y buen trato, hay que
decirlo) me dijo casi sonreída: “señor, pero ya usted tiene una cuenta con
nosotros”. “¿Qué? No es posible, yo no he abierto cuenta con ustedes”,
respondí. “Sí, mire, está abierta en Caracas, el 4 de julio, hace dos días”. La
chica me imprimió el papel, en el que aparecen una cuenta corriente y una
tarjeta de débito asignadas a mi cédula y mi nombre, indicándome que debía
preguntar a mis jefes por esa cuenta. Hechas las averiguaciones, resultó que no
era una cuenta nómina, era una cuenta de Fideicomiso (QUE NO SABEMOS QUIÉN
ABRIÓ, NI POR QUÉ, es en serio, no es joda, tengo un papel donde consta eso) y
que, por lo tanto, tenía que abrir mi cuenta nómina en Guayana, como dios
manda.
Lo que me lleva al día de ayer,
18 de julio, cuando con mi extraña historia de la cuenta que no me abrió nadie,
me dirijo al puesto de la chica amable (después de una mañana de espera por mi
turno) y le pido abrir mi cuenta normalmente. La chica, con cara sinceramente
acontecida, me dijo: “Ay, señor, NO TENEMOS MATERIAL, ESTE LOTE DE CHEQUERAS
VIENIERON MALAS Y ESTAMOS ESPERANDO QUE NOS LLEGUEN MÁS”. Al ver mi rostro,
descompuesto seguramente, me dijo, quizás por mejorar mi expresión con alguna
esperanza y no verme salir de su cubículo con esa cara, “pero pase mañana
temprano, la valija llega hoy, yo le atiendo sin que haga la cola de nuevo”.
Regresé al trabajo, con los sentimientos enredados entre la indignación y la
esperanza. Y esta mañana cuando entré a la oficina del banco la funcionaria que
administra la cola virtual (no es jodiendo, su trabajo es oprimir la pantalla
por usted y entregarle el ticket) nos decía, con rostro de estatua egipcia,
“Las aperturas están suspendidas hasta el próximo miércoles, por falta de
material”, y cuándo pregunté por la chica amable, me dirigió una mirada que se
balanceaba entre la indulgencia y el desprecio: “Ella no viene por el resto de
la semana”.
Extrañamente, la primera
sensación del momento, antes que se agolparan de nuevo la indignación, la
vergüenza política (pues soy de quienes defienden las nacionalizaciones y la
propiedad social de los medios de producción), la arrechera pura y simple de
saber que ningún banco privado de este país deja una oficina más de 24 horas
sin material para apertura, que en ningún banco privado, por grande y complejo
que sea, a nadie le toma más de un día abrir una cuenta; en fin, antes de
cualquier emoción negativa, sentí agradecimiento por la mentira piadosa de la
chica amable, que con su gesto me procuró un almuerzo más o menos tranquilo
ayer.
El Epílogo de esta historia no
puede ser otro: RENUNCIO A MI INTENCIÓN DE ABRIR UNA CUENTA EN UN BANCO QUE
TRATA TAN MAL A SU CLIENTELA y cuyo personal se caga en cada uno de los principios
y las ideas por el cual fue nacionalizado. Debo añadir que en mis largas
jornadas de espera por atención he visto como desprecian a quien va a cobrar su
asignación por la misión, al viejito que va abrir la cuenta por Amor Mayor, a
quien va a pedir su crédito para mi Casa Bien Equipada. Mientras se derriten en
lisonjas y carantoñas con quien va a tramitar dólares para importar quién sabe
qué mierda, o con quién le trae el regalito de Miami, por haberle tramitado los
dólares para viajar. Nadie me lo ha contado, lo he visto, sentadito con mi
ticket de cola virtual en la mano.
P.S.: Sí, renunciar a abrir una cuenta en el Banco de Venezuela,
implica renunciar a seguir trabajando con Infocentro (tengo entendido). Es una
lástima, pero está más allá de mi alcance. Quise poner lo mejor de mi talento y
mi creatividad a su servicio, pero el burocratismo y la indolencia (después de
tenerme seis (se lee 6) quincenas sin cobrar) acabaron con mi paciencia. Voy
por un café y en una segunda entrega las reflexiones acerca de esta y otras
experiencias con la propiedad.
También trabajo para el estado y me pidieron que abriera una cuenta en Banco Venezuela, sufrí, no fue exactamente igual pero algo muy parecido hasta que desistí de la idea, además rogaba que sucediera todo lo malo porque no me imaginaba metida en las inmensas colas que se hacen mientras que las cajeras se toman muy tranquilas un café y se liman las uñas, luego me mandaron a abrir una cuenta en el banco del tesoro, la abrí, me mudé de Caracas a Maturín y pasé 4 meses (no es jodiendo) sin chequera porque no había "Material". Los bancos del estado me dan gastritis, la burocracia es deprimente y el maltrato inaceptable. Yo soy Chávez pero prefiero mis 4 lochas en Banesco y Mercantil.
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