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miércoles, 10 de octubre de 2012

Bajo Caroní



Era tu ribera poblada de ojos, hinchada de verde fértil; era el rugido constante de una catarata cercana y una tibia humedad de equinoccio eterno lo que cortaba la respiración del otrora pirata. Se sabía bordeando los confines del mundo, ¿era esta la casa del primer hombre? De ser así, el primer hombre eran muchos hombres y muchas mujeres. Y allá, en casa, los habían engañado con las historias de los libros sagrados. El Edén no estaba despoblado, muchos primeros hombres y primeras mujeres había avistado ya en aquella travesía. Salían cargados de abundante pesca y cacería y de jugosos frutos y de la extraña mirada de quien ya todo lo conoce; salían desnudos, descubiertas las turgencias de quienes se saben amadas por el río; mujeres del río, hijos del río, hermanos menores de aquella antigua jungla. Habían sido engañados, no hubo pecado original, nadie fue expulsado de ninguna parte; siempre fuimos libres de toda culpa. ¿Le creerían en palacio cuando contara la revelación de aquella epifánica mañana? ¿Y si uno de estos hombres o mujeres, libres de todo mal, me acompaña como evidencia?... “Amyas – llamó, con autoritario bramido – necesito que hagas algo por nosotros y por tu reina”...

Hoy es tu ribera despoblada de suspiros y ese paisaje encrespado de antenas y torres que te enmarca. Ese progreso que te vendieron y no te alcanza la edad del mundo para pagarlo; es ese andar de rebaño, el martilleo constante, la fiebre del oro que te devora por dentro con trazas de mercurio, bombas de alta presión y dinamita. Es la imbecilidad demandante de los hijos de los hijos de los hijos de aquellos que no creyeron en la revelación del corsario, confinándolo a una torre donde nadie escuchara sus delirios de volver a los orígenes del mundo. Es el exterminio de tus primeros hijos como respuesta al regalo de haberte encontrado. Es el polvo rojo que te cubre, es la melancolía quieta que se empoza en tus ocasos. Es el laberíntico encierro de las horas repetidas por cinco siglos; es la merma de los cuerpos de quienes cuelan tu carne en hornos infernales.  Es tu preñez demorada, a la espera de la vuelta del humo que sopló al viento un chamán para revelar la verdad del tiempo a los ojos de un viejo pirata.

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