Buscar este blog

martes, 21 de agosto de 2012

Aquí pensando vainas...


Y vino Chávez (I)
(O un hombre, un pueblo y todo lo demás)

Después de mucho tiempo, finalmente, Chávez vino a Guayana. Lo que era una oportunidad para el rencuentro de las fuerzas políticas nucleadas en torno a su liderazgo, se convirtió, nuevamente, en el caos del cardumen de pirañas, cada cual buscando con desespero su mordida por encima de las demás.

Vale la pena destacar el esfuerzo honesto de personas, movimientos e instituciones por hacer de la concentración del sábado, 18 de agosto, una verdadera fiesta popular. Sin detenerse  en protagonismos, en “cuánto hay pa’ eso” o en cuotas de poder, sencillamente, convocaron, agitaron y movilizaron para celebrar el reencuentro con el único liderazgo indiscutible que (para bien o para mal) tiene la revolución bolivariana. Tuve la oportunidad de asistir a reuniones previas de frentes y movimientos sociales, jornadas de elaboración de pancartas, estampados de banderas, ensayos de músicos, preparativos de cobertura de la televisión comunitaria y en todas se respiraba un aire festivo, se sentía la euforia de quienes se preparaban para recibir a un pariente cercano y querido después de una larga ausencia.

La concentración fue toda alegría. Los rostros, las sonrisas, las expresiones de amor en los carteles, la telúrica fuerza con la que cantaban, reían y gritaban quienes esperaron (bajo un verdadero palo de agua) para ver a su líder, me dejaron en claro que el fervor chavista y la conexión del presidente con la gran mayoría del pueblo guayanés goza de muy buena salud, a pesar del tiempo, del sectarismo y de los desencuentros tan cacareados por los medios. De modo que, en resumen, fue un éxito la visita de Chávez al estado Bolívar.

Pero volvamos al principio. Decía que la oportunidad era de oro para restablecer relaciones; pero ni la maquinaria psuvista-oficialista permitió siquiera la posibilidad, ni las fuerzas aliadas del Gran Polo Patriótico mostraron voluntad para reencontrarse.

Guayana tiene algunas particularidades que hacen difícil el diálogo necesario para impulsar cambios realmente significativos en la vida política de la ciudad y el estado. Tenemos un sector obrero importante, pero sin ninguna conciencia de clase y mucho menos identificación con los fundamentos de la clase obrera revolucionaria. Las alienantes condiciones de la venta de su fuerza de trabajo (sea al Estado o a una contratista) los tienen sin cuidado, lo que quiere (y por lo que pelea su organización sindical) es más dinero, beneficios y prestaciones por esa venta, por encima de cualquier proyecto de país, de las condiciones de vida en la ciudad y de las propias condiciones de las empresas en las que trabajan. Luego tenemos grupos y organizaciones políticas de resistencia y lucha social de larga data y profundo arraigo en la ciudad. Algunas vienen de finales de los 60 y principios de los 70; se trata de pequeños grupos cocidos a fuego lento en la resistencia permanente, basados en la sólida organización interna y con poca o ninguna experiencia en las relaciones con el poder; estos grupos tienen un trabajo incuestionable, pero ni crecen, ni aumentan su saldo político, por su carácter cerrado y su negativa  perder el control sobre los espacios en los que actúan (muy limitados, por cierto). También está la burocracia técnico-profesional que sirvió de referente social a la “Guayana de la planificación y progreso” del proyecto positivista; ésta es la que ofrece la resistencia más frontal a todo lo que huela a chavismo, en muchos casos, sin abandonar sus cargos, en algunos, incluso, saboteando o pervirtiendo cualquier intento de línea de gobierno, de vez en cuando, embutidos en franelas rojas y gorritas con la silueta del Che Guevara. Los más frontales, gritando su antichavismo a los cuatro vientos, porque su cargo en la empresa es un derecho adquirido, según ellos, que no piensan declinar ante este “régimen opresor y excluyente”, no es joda, así dicen.

A éste cuadro político-social, se le suma una maquinaria política gubernamental impuesta (y hasta ahora soportada) por las circunstancias (elección tras elección, Chávez convoca y la respuesta es incuestionable). Esta maquinaria, consolidada en instituciones del poder constituido, no tiende puentes con las expresiones de la organización popular que difieran de su línea de acción. El otro problema es que no se trata de una sola maquinaria. Hay tendencias dentro de la máquina psuvista que se encuentran en franca confrontación (el botín son las postulaciones a cargos de elección popular). Gracias al enfrentamiento de los peces grandes, algunos chicos han conseguido mantenerse con vida; otros, que han pretendido meterse, han salido poco menos que en el hueso, y la mayoría se mantiene ajena a esta lucha de intereses que ha llegado a niveles de tensión realmente fuertes y que, de momento, se mantiene con silenciador debido a la unidad a la que convoca la campaña presidencial.

Como ven en este cuadro es difícil hablar de revolución, establecer líneas francas y únicas de trabajo, convocar a la unidad verdadera. Si en Venezuela la mayor amenaza interna para la Revolución Bolivariana son los mezquinos intereses de muchos de sus protagonistas, en Guayana esa amenaza es tan grande que ya parece una costura abierta. En mi recorrido con la caravana presidencial vi a un pueblo bajo la lluvia desbordado de amor por su líder, ese que los convocó a hacer y rehacer la historia; vi gente con una enorme conciencia de vivir un presente muy distinto al que el poder había escrito para ellos, vi niños gritar consignas, ancianas lanzar bendiciones, mujeres gritar te amo con una fuerza honda que venía de muy adentro, hombres con el puño en alto a disposición del único hombre por el que darían la vida de ser necesario.

Pero también vi a una pareja de connotados periodistas escuálidos-recalcitrantes,  ahora directivos de un diario asociado a parte de la maquinaria psuvista, haciendo la corte en el punto de inicio de la caravana; él sin poder ocultar su cara de asco; ella, sin ocultar su desvergüenza, fue la primera en besar a Chávez cuando éste subió al camión. Vi, además el trato especial que se le dio a este medio sin ningún mérito periodístico (es de regular a malo, muy malo) por parte del equipo de prensa presidencial, quienes, claro está, no tienen porque tener información al respecto, y sólo cumplían con directrices señaladas por los jefes. Vi (de nuevo) como el gremialismo devora toda posibilidad de una comunicación social revolucionaria, al periodismo no lo mata sólo la división social del trabajo, lo tiene postrado el colonialismo mental y la servidumbre feudal en las relaciones producción de esa mercancía que debería entender como un bien común: la información; honrosas excepciones también ví, y debo decir que fue un placer conocerlas.

Vi, con tristeza y casi con asco, a figuras públicas de la ciudad cayéndose a trompadas con el cordón de seguridad para subirse a la tarima sin estar invitados; vi mi teléfono lleno de mensajes para que le llevara quejas al presidente, como si un acceso de presa fuera un acceso a Chávez; vi el desespero de quienes han sido (porque lo han permitido) desarticulados por la maquinaria política; vi el hambre de protagonismo y poder; vi las camisas más rojas cubriendo a los pechos más escuálidos (y a ellos nadie los mandó, pagó o amenazó, no se equivoquen, es jalabolismo puro y simple), vi  el festival de tetas operadas y labios inflados matándose por una aparición en cámara, por una fotico que dejara constancia de su “apoyo al comandante”. 

La decadencia y el alba todavía conviven en el cuerpo social de nuestra revolución. Pretendiendo hacerla por las buenas, no puede ser de otra manera. Un gran amigo me explicó, hace algún tiempo, que rara vez los conceptos de Pueblo y Nación eran coincidentes, y casi siempre antagónicos. Me dijo, también, que éste era uno de esos momentos históricos y que Venezuela no los vivía desde la guerra de independencia, a partir de 1814. No es “a pesar” de la fauna política y los oscuros intereses que se mueven en torno al Gobierno por lo que voy a votar por la continuidad del proceso revolucionario    , es “con todo y ellos”, porque ellos son parte de la dialéctica en la que se reconstruye este país, devorándose a sí mismo para erguirse sobre su propia historia. Cuáles de las fuerzas que atraviesan a Venezuela en este momento terminarán por imponerse, no lo sé. Pero después de todo lo que vi ese día de la llegada del presidente a Guayana, no tengo dudas: con Chávez me la juego.

















lunes, 20 de agosto de 2012

Papeles viejos...


NUDA FÉMINA

            Quédate de espaldas a la luna. Hazte lago dulce de azufre, danza veneno si quieres, deja que desande tus caminos más secretos, pero quédate de espaldas a la luna;  deja que te envuelva, no me abraces, que de espaldas a la luna es como  se inventan los pecados.
            Porque estaba viciado el aire  te inventé para llenarme de gemidos y alientos ajenos. Soy el gran pez que sentencia y expía culpas añejas depredando espasmos de mar nacidos en tu centro. Rediseñé a mi antojo tu recién desnuda espalda, tu nueva desnudez  incendió las puertas de mi lengua; eras tantas cosas posibles como imposible era dar freno a los sentidos tras tu llamado a la demencia,  promesa  de muerte, canción de cuna, pirueta suicida, lengua de las cumbres, libertad desolada, ciudad imposible, llama jamás olvidada,  la Maja, la Eva, la tierra desnuda, la nada naciente, hechizo incompleto, aullido de niña, embrujo de anciana, lágrima de mar y diosa agnóstica, mueca infinita y muerte del tiempo, certeza de vida.
            Camina sin prisa de espaldas a la luna cuando quieras despertarme en mi celda de olvidos, huracanes y siglos no contados.

Los  amantes somos hijos del mar.

Agosto de 1998

domingo, 19 de agosto de 2012

Papeles viejos...


CONJURO PARA QUE AMANEZCA

            Andábamos desclavando señas, buscando perdernos en la ruta ciega del Mandala. La Generala se quedó dormida en la tercera esquina y nosotros bebimos agua de un viejo que podía haber sido nuestro hijo. Tú completabas dos, pero yo era la mitad de nada, luego siempre éramos uno por separado, pero juntos hacíamos cero. Ser cero en esos años tenía su encanto, nunca sumábamos algo y no éramos invisibles, quedábamos asentados en el libro de los muertos como cero, nunca nada, siempre cero.
            ¿Quién podría preguntar por amor en un lugar como ese? Ahora el mundo es la otra cara de una moneda vencida, ya no se cuentan los años y los hombres del tercer milenio no son un mito. Sólo el mar conserva su ritmo de cadencia lasciva. Si bien nos hemos librado del panfleto, los filósofos de hoy son seres de la peor calaña; si no andan entre la multitud pidiendo la cabeza de Danton, se les ve ebrios en la carreta, sabios, casi muertos, en silencio. No han encontrado vacuna para tu mal, pero lograron enterrar a los situacionistas, al Ché a Cristo y a todo aquel que anduvo desnudo por la ruta de su Mandala.
            Mientras certifican las reencarnaciones y santifican lo incorrupto, la vieja ciudad de donde salimos amenazó con irse al mar sin equipaje. En su intento suicida perdimos a cientos y ganamos a miles. La vieja cervecería quedó intacta, tu retrato soportó estoicamente el dolor de contenerte durante los segundos aciagos del sismo.
            Los diarios dicen que todo va bien, pero un profesor no puede pagar una prostituta, no te imaginas cuanta moral se respira en aquella callejuela del desconsuelo. Cousteau se largó y estamos en Marte, Itaca está a un par de horas y en Macondo celebrarán la feria del nuevo siglo. Un transformista recibió el mensaje que soltamos al mar el año de los crisantemos muertos. Mis huesos ya cumplieron el siglo, tú aún no cumples veintitrés, pero te recuerdo hablando de mayo. Aquí eternamente es noviembre, así que vuelve y acaba con la farsa de tu tumba, porque que desde que has muerto no se deja ver la mañana.

Julio de 1997

viernes, 17 de agosto de 2012

De vez en cuando un poema...


Salve, Reina sin posesiones ni dominios



Si la poesía fuese un ritual
sería el más pagano de todos
Uno abierto a todos los usos y maneras
Un loco rito que al celebrarse
nunca habría de ser igual al último

Si la poesía fuese un beso
sería el más voraz de todos
El más corto, el más eterno
Ese que en el lapso de un suspiro
te deja anclado a una primavera entera

Si fuese un vicio
sería el más placentero
Si fuese una redención,
la más dolorosa

Si la poesía fuese un tiempo
sería el único tiempo por vivirse
Uno de alumbramiento y muerte
Serían las horas muertas de quien espera sentencia
y las horas cruciales de quien encara sus tormentas

Si la poesía fuese un lugar
sería un abrevadero sin dueño
Uno para todos, uno para nadie
Si la poesía fuese un lugar
sería el más común de todos lugares.

martes, 14 de agosto de 2012

Les echo un cuento...


Perros cobardes

“Coño, chico, ¿no has probado lo perritos de la Calle Cuatro?” La respuesta negativa fue como una invitación al cielo. Sonrió con la sonrisa amplia de quienes encuentran la puerta del placer abierta, y empujándolo suavemente con una mano sobre la espalda le dijo que no se iba a perdonar no haberlos comido hasta ahora. Cuando llegaron a la calle cuatro no había donde estacionar, aparcaron dos cuadras más abajo de la esquina donde el vendedor de perros calientes en cuestión se deshacía en los malabares de atender a la clientela en la hora pico. El primerizo dudó ante una larga espera segura. Tenían cuarenta y cinco minutos para volver al trabajo y tenía un hambre de las que nublan el entendimiento. Pero ante la insistencia de quien le invitaba y la promesa de que estos perros iban por su cuenta, optó por esperar.

Ya había invitado a media oficina a comerse los perritos en la calle cuatro. Al ritmo que iba se le iban a agotar los compañeros de trabajo en un par de semanas; y ni hablar del dinero, tomando en cuenta que en la mitad de los casos le tocaba pagar la cuenta. Y es que puestos a ver, aquellos perritos no eran muy distintos de los demás. Pan, salchicha, vegetales, papas fritas, queso rayado y una combinación de salsas entre las que apenas destacaba la de pepitona, con un punto picante, que se llevaba los honores comparada con las demás. Con todo, la susodicha no competía con la salsa de guacuco del perrero de Siete Salsas. Pero para ese entonces estaba claro que no era el sabor de aquellos bocados callejeros lo que le empujaba cada mediodía esa esquina ahogada en el calor del recio mediodía.

Remontar el tráfico y las calles del centro de la ciudad por un par de perros calientes y una cocacola casi fría escondía una segunda intención. Su aparición, casi fantasmal, entre el bullicio, el calor y los comensales de aquel derivado lógico de la industrialización alimentaria, su sonrisa, más allá del bien y del mal, sus ojos de diosa impúber y su manera de andar como si flotara entre la gente y las cosas, entre la calle a mediodía y sus desvelos en la noche. Esa era la razón, la intención escondida y el meollo de una cobardía crónica que no le permitía decir siquiera una palabra una vez que hacía su entrada en escena, llevando consigo las viandas de comida con las que almorzaba el perrero, pasada la hora de mayor clientela.

“Bendición”, dijo como siempre con su voz de terciopelo y atardecer de playa, “Dios la bendiga”, respondió en automático el vendedor mientras sus manos se movían maquinalmente del compartimiento de los panes, al de las salchichas en agua hirviendo y de allí a las salsas, de allí a los vegetales, de allí al queso y de nuevo a los panes. Esa mañana se había prometido hablarle, hacerle un comentario cualquiera,  algo nada profundo, ni revelador, pero que dejara en claro que la había notado entre tanta gente, autobuses, recipientes de salsa y bolsas de papitas. Y por su puesto hacerse notar de una vez, buscando que, con suerte, en un cruce de miradas se asomara a sus ojos y se conmoviera  con tanto amor guardado para ella. Pero el escuálido almuerzo transcurrió sin novedad. La miro besar al padre, intercambiar con él un par de comentarios sobre la rutina doméstica, cargar el refrigerador con refrescos y despedirse, sin que él pudiera decir media palabra, paralizado, frío, con una corriente glacial que le corría de la garganta hasta los huesos. La vio partir de nuevo, desaparecer como flotando en el infierno de las calles de aquella ciudad en pleno mediodía.

Cuando la perdió de vista, y sus pies tocaron de nuevo el concreto de aquella acera sucia, se disfrazó de nuevo con la sonrisa estúpida de quien comparte un secreto irrelevante y le preguntó a su invitado “¿y qué tal?”. “Buenos”, le respondió el compañero sin mucho convencimiento. No pudo ocultar su cara de decepción; otro bolsa a quien invitaba a comerse un perro por no tener los cojones de afrontar solo la angustia de verla sin hablarle, y a éste ni siquiera le habían gustado los perritos. La soledad tiene muchas caras; pero sus rostros más terribles no lucen muecas de horror o tragedias, se maquillan con el desamor cotidiano de quien no sabe romper el silencio que nos ahorca a diario. Mañana será otro día. Amanecerá y veremos. A lo mejor le dure hasta el mediodía el coraje con el que se levanta, tras una noche de desvelo, y consiga hablarle a la deidad cotidiana que le alborota los sueños y no haga falta decirle al mensajero de la oficina – ya lo había escogido para el día siguiente -, “coño, loco, ¿no has probado lo perritos de la Calle Cuatro?”.

viernes, 3 de agosto de 2012

Papeles viejos...


MANIFIESTO DE AGONÍA SONREÍDA


Cuando amanece, y la noche cede a los antojos de la multitud que se despereza,  él se quita el disfraz de poeta y se cuelga su expediente.
            El expediente habitual; nacimos, crecimos, preguntamos, cursamos estudios por un siglo interminables, por un día tan efímeros,  erramos, dimos en el clavo con un saco de monedas, arruinamos un país, pagamos culpas universales, cobramos las nuestras, amamos - porque también queda escrito- ,  nos redimimos, desciframos las claves del consuelo, nos sentamos en la mecedora y morimos.
            Desde un lado oculto de la galaxia se anunciaba que ya no era poeta; ¿Lo  fue algún día? Sólo un instante de vivir como poeta valía más que la vida eterna.  Pero ¿cómo viven los poetas? ¿Como las putas trotando calles a la espera de un guiño certero?, ¿como los dioses bailando la canción del miedo en orgías interminables?, ¿como los duendes sembrando dudas en el asfalto?, ¿como el profeta ebrio que guarda su voz para la historia?,  ¿como el encantador de serpientes que un día duerme la siesta del veneno?, ¿como el tahúr que en un instante de amor se arruina?, ¿como el chamán que guarda la quintaesencia del augurio?, ¿como el ciudadano común herido de muerte por el despertador?, ¿como el hombre que vive “las mil vidas, las vidas del poeta”?.
            El poeta es tan sólo un elemento, la parte incierta del juego, la fiera doméstica de una ciudad salvaje, es el ciego perdido en una playa virgen. Nadie ha vivido como poeta. El poeta desconoce la vida porque no la posee, por eso es libre, a veces demente, muchas veces asesino. El poeta respira como único deber y ama como único castigo. Por eso respira sin vivir; sólo el amor  le eleva negándole el cielo, el amor lo mismo lo entierra y le impide conocer las entrañas del planeta de donde sabe escapó un buen día para forjarse de la llama y el sismo.
            El poeta es mejor poeta cuando calla; el silencio purifica la obra maestra, el verso final, un sortilegio macabro que se aclara en la agonía de muerte. Pero el poeta es poeta cuando habla, cuando afirma, cuando riega excremento de soldados en la paz de los sepulcros.
            Él era el poeta,  plácidamente dormido  con su pasaporte sellado al país fantasmal de los recuerdos. Siempre dueño del mundo que por sesenta  y dos años le fue  ajeno. Toda una vida de poeta vale menos que un instante de amor eterno. 


Febrero de 1995

jueves, 2 de agosto de 2012

Papeles viejos...


LASCIVO

            Crepito en el balsámico fuego de las blasfemias in memoriam del amor. No se puede llevar flores al cementerio de los besos; menos ahora, cuando tus ojos vieron crecer crisantemos en el desierto. Una caricia en mosaico, una explanada al deseo, una fortaleza de himen que espera el asalto, tú. Un adulterio temprano, una ebriedad de hospitales, un alma sana, un cuerpo enfermo, un bárbaro sin caballos, sin espadas, mendigando el favor de Atila, yo... Más tarde algún misionero vendrá a pedir mi alma, Belcebú me la habrá robado, tú maldecirás, entonces aprenderé a besarte. Transpiraré miseria cuando en tus huestes deje mi cimiente. Qué pronto naciste, qué tarde has crecido.

Diciembre de 1994