Y vino Chávez (I)
(O un hombre, un pueblo y todo lo demás)
Después de mucho tiempo,
finalmente, Chávez vino a Guayana. Lo que era una oportunidad para el
rencuentro de las fuerzas políticas nucleadas en torno a su liderazgo, se
convirtió, nuevamente, en el caos del cardumen de pirañas, cada cual buscando
con desespero su mordida por encima de las demás.
Vale la pena destacar el esfuerzo
honesto de personas, movimientos e instituciones por hacer de la concentración
del sábado, 18 de agosto, una verdadera fiesta popular. Sin detenerse en protagonismos, en “cuánto hay pa’ eso” o
en cuotas de poder, sencillamente, convocaron, agitaron y movilizaron para
celebrar el reencuentro con el único liderazgo indiscutible que (para bien o
para mal) tiene la revolución bolivariana. Tuve la oportunidad de asistir a
reuniones previas de frentes y movimientos sociales, jornadas de elaboración de
pancartas, estampados de banderas, ensayos de músicos, preparativos de
cobertura de la televisión comunitaria y en todas se respiraba un aire festivo,
se sentía la euforia de quienes se preparaban para recibir a un pariente
cercano y querido después de una larga ausencia.
La concentración fue toda
alegría. Los rostros, las sonrisas, las expresiones de amor en los carteles, la
telúrica fuerza con la que cantaban, reían y gritaban quienes esperaron (bajo
un verdadero palo de agua) para ver a su líder, me dejaron en claro que el
fervor chavista y la conexión del presidente con la gran mayoría del pueblo
guayanés goza de muy buena salud, a pesar del tiempo, del sectarismo y de los
desencuentros tan cacareados por los medios. De modo que, en resumen, fue un
éxito la visita de Chávez al estado Bolívar.
Pero volvamos al principio. Decía
que la oportunidad era de oro para restablecer relaciones; pero ni la
maquinaria psuvista-oficialista permitió siquiera la posibilidad, ni las
fuerzas aliadas del Gran Polo Patriótico mostraron voluntad para reencontrarse.
Guayana tiene algunas
particularidades que hacen difícil el diálogo necesario para impulsar cambios
realmente significativos en la vida política de la ciudad y el estado. Tenemos
un sector obrero importante, pero sin ninguna conciencia de clase y mucho menos
identificación con los fundamentos de la clase obrera revolucionaria. Las alienantes
condiciones de la venta de su fuerza de trabajo (sea al Estado o a una
contratista) los tienen sin cuidado, lo que quiere (y por lo que pelea su
organización sindical) es más dinero, beneficios y prestaciones por esa venta,
por encima de cualquier proyecto de país, de las condiciones de vida en la
ciudad y de las propias condiciones de las empresas en las que trabajan. Luego
tenemos grupos y organizaciones políticas de resistencia y lucha social de
larga data y profundo arraigo en la ciudad. Algunas vienen de finales de los 60
y principios de los 70; se trata de pequeños grupos cocidos a fuego lento en la
resistencia permanente, basados en la sólida organización interna y con poca o
ninguna experiencia en las relaciones con el poder; estos grupos tienen un
trabajo incuestionable, pero ni crecen, ni aumentan su saldo político, por su
carácter cerrado y su negativa perder el
control sobre los espacios en los que actúan (muy limitados, por cierto).
También está la burocracia técnico-profesional que sirvió de referente social a
la “Guayana de la planificación y progreso” del proyecto positivista; ésta es
la que ofrece la resistencia más frontal a todo lo que huela a chavismo, en
muchos casos, sin abandonar sus cargos, en algunos, incluso, saboteando o
pervirtiendo cualquier intento de línea de gobierno, de vez en cuando,
embutidos en franelas rojas y gorritas con la silueta del Che Guevara. Los más
frontales, gritando su antichavismo a los cuatro vientos, porque su cargo en la
empresa es un derecho adquirido, según ellos, que no piensan declinar ante este
“régimen opresor y excluyente”, no es joda, así dicen.
A éste cuadro político-social, se
le suma una maquinaria política gubernamental impuesta (y hasta ahora
soportada) por las circunstancias (elección tras elección, Chávez convoca y la
respuesta es incuestionable). Esta maquinaria, consolidada en instituciones del
poder constituido, no tiende puentes con las expresiones de la organización
popular que difieran de su línea de acción. El otro problema es que no se trata
de una sola maquinaria. Hay tendencias dentro de la máquina psuvista que se
encuentran en franca confrontación (el botín son las postulaciones a cargos de
elección popular). Gracias al enfrentamiento de los peces grandes, algunos
chicos han conseguido mantenerse con vida; otros, que han pretendido meterse,
han salido poco menos que en el hueso, y la mayoría se mantiene ajena a esta
lucha de intereses que ha llegado a niveles de tensión realmente fuertes y que,
de momento, se mantiene con silenciador debido a la unidad a la que convoca la
campaña presidencial.
Como ven en este cuadro es
difícil hablar de revolución, establecer líneas francas y únicas de trabajo,
convocar a la unidad verdadera. Si en Venezuela la mayor amenaza interna para la Revolución Bolivariana
son los mezquinos intereses de muchos de sus protagonistas, en Guayana esa
amenaza es tan grande que ya parece una costura abierta. En mi recorrido con la
caravana presidencial vi a un pueblo bajo la lluvia desbordado de amor por su
líder, ese que los convocó a hacer y rehacer la historia; vi gente con una
enorme conciencia de vivir un presente muy distinto al que el poder había
escrito para ellos, vi niños gritar consignas, ancianas lanzar bendiciones,
mujeres gritar te amo con una fuerza honda que venía de muy adentro, hombres
con el puño en alto a disposición del único hombre por el que darían la vida de
ser necesario.
Pero también vi a una pareja de
connotados periodistas escuálidos-recalcitrantes, ahora directivos de un diario asociado a parte
de la maquinaria psuvista, haciendo la corte en el punto de inicio de la
caravana; él sin poder ocultar su cara de asco; ella, sin ocultar su
desvergüenza, fue la primera en besar a Chávez cuando éste subió al camión. Vi,
además el trato especial que se le dio a este medio sin ningún mérito
periodístico (es de regular a malo, muy malo) por parte del equipo de prensa
presidencial, quienes, claro está, no tienen porque tener información al
respecto, y sólo cumplían con directrices señaladas por los jefes. Vi (de
nuevo) como el gremialismo devora toda posibilidad de una comunicación social
revolucionaria, al periodismo no lo mata sólo la división social del trabajo,
lo tiene postrado el colonialismo mental y la servidumbre feudal en las
relaciones producción de esa mercancía que debería entender como un bien común:
la información; honrosas excepciones también ví, y debo decir que fue un placer
conocerlas.
Vi, con tristeza y casi con asco,
a figuras públicas de la ciudad cayéndose a trompadas con el cordón de
seguridad para subirse a la tarima sin estar invitados; vi mi teléfono lleno de
mensajes para que le llevara quejas al presidente, como si un acceso de presa
fuera un acceso a Chávez; vi el desespero de quienes han sido (porque lo han
permitido) desarticulados por la maquinaria política; vi el hambre de
protagonismo y poder; vi las camisas más rojas cubriendo a los pechos más
escuálidos (y a ellos nadie los mandó, pagó o amenazó, no se equivoquen, es
jalabolismo puro y simple), vi el
festival de tetas operadas y labios inflados matándose por una aparición en
cámara, por una fotico que dejara constancia de su “apoyo al comandante”.
La decadencia y el alba todavía conviven en el cuerpo social de nuestra revolución. Pretendiendo hacerla por las buenas, no puede ser de otra manera. Un gran amigo me explicó, hace algún tiempo, que rara vez los conceptos de Pueblo y Nación eran coincidentes, y casi siempre antagónicos. Me dijo, también, que éste era uno de esos momentos históricos y que Venezuela no los vivía desde la guerra de independencia, a partir de 1814. No es “a pesar” de la fauna política y los oscuros intereses que se mueven en torno al Gobierno por lo que voy a votar por la continuidad del proceso revolucionario , es “con todo y ellos”, porque ellos son parte de la dialéctica en la que se reconstruye este país, devorándose a sí mismo para erguirse sobre su propia historia. Cuáles de las fuerzas que atraviesan a Venezuela en este momento terminarán por imponerse, no lo sé. Pero después de todo lo que vi ese día de la llegada del presidente a Guayana, no tengo dudas: con Chávez me la juego.