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viernes, 3 de agosto de 2012

Papeles viejos...


MANIFIESTO DE AGONÍA SONREÍDA


Cuando amanece, y la noche cede a los antojos de la multitud que se despereza,  él se quita el disfraz de poeta y se cuelga su expediente.
            El expediente habitual; nacimos, crecimos, preguntamos, cursamos estudios por un siglo interminables, por un día tan efímeros,  erramos, dimos en el clavo con un saco de monedas, arruinamos un país, pagamos culpas universales, cobramos las nuestras, amamos - porque también queda escrito- ,  nos redimimos, desciframos las claves del consuelo, nos sentamos en la mecedora y morimos.
            Desde un lado oculto de la galaxia se anunciaba que ya no era poeta; ¿Lo  fue algún día? Sólo un instante de vivir como poeta valía más que la vida eterna.  Pero ¿cómo viven los poetas? ¿Como las putas trotando calles a la espera de un guiño certero?, ¿como los dioses bailando la canción del miedo en orgías interminables?, ¿como los duendes sembrando dudas en el asfalto?, ¿como el profeta ebrio que guarda su voz para la historia?,  ¿como el encantador de serpientes que un día duerme la siesta del veneno?, ¿como el tahúr que en un instante de amor se arruina?, ¿como el chamán que guarda la quintaesencia del augurio?, ¿como el ciudadano común herido de muerte por el despertador?, ¿como el hombre que vive “las mil vidas, las vidas del poeta”?.
            El poeta es tan sólo un elemento, la parte incierta del juego, la fiera doméstica de una ciudad salvaje, es el ciego perdido en una playa virgen. Nadie ha vivido como poeta. El poeta desconoce la vida porque no la posee, por eso es libre, a veces demente, muchas veces asesino. El poeta respira como único deber y ama como único castigo. Por eso respira sin vivir; sólo el amor  le eleva negándole el cielo, el amor lo mismo lo entierra y le impide conocer las entrañas del planeta de donde sabe escapó un buen día para forjarse de la llama y el sismo.
            El poeta es mejor poeta cuando calla; el silencio purifica la obra maestra, el verso final, un sortilegio macabro que se aclara en la agonía de muerte. Pero el poeta es poeta cuando habla, cuando afirma, cuando riega excremento de soldados en la paz de los sepulcros.
            Él era el poeta,  plácidamente dormido  con su pasaporte sellado al país fantasmal de los recuerdos. Siempre dueño del mundo que por sesenta  y dos años le fue  ajeno. Toda una vida de poeta vale menos que un instante de amor eterno. 


Febrero de 1995

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